Uno de los talentos imprescindibles necesarios para hacer una exitosa película de superhéroes moderna es el de un experto malabarista. No sólo se tiene que lidiar con los enormes problemas de planeación y logística inherentes en un una película de alto presupuesto, también se necesita manejar de una manera coherente las necesidades del guion, de la historia, de sus personajes, balancearlas con las presiones ejecutivas (“quiero Helicarriers chocando” – Kevin Feige) y empaquetarlas de una manera que satisfaga al mayor número de personas posibles; ¿y si además el director quiere darle al menos un destello de sello autoral? Que Odín y Rao lo bendigan. La verdad, es casi un milagro que estas películas puedan tener al menos un cuanto de calidad. Otra cualidad importante es la de prestidigitador, porque, aceptémoslo, parte del trabajo de un director de película de superhéroes es el no hacernos notar que la trama no es precisamente un guion de Robert Towne.
Lo que nos lleva a Marc Webb y el reinicio de una de las franquicias más exitosas de la última década. El problema que tiene Amazing Spider-Man 2 es que, a diferencia de Joss Whedon, que sorprendentemente logró hacer encajar tantas cosas en The Avengers o J.J. Abrams, que de alguna manera hace que perdonemos que los guiones de Alex Kurtzman y Roberto Orci son absolutamente terribles, Webb no es particularmente bueno haciendo los malabares o las prestidigitaciones requeridas. Eso no significa que Amazing Spider-Man 2 esté totalmente desprovista de valor, sino que el resultado final nunca es tan satisfactorio como podría haberlo sido. Una excelente película de verano resulta siendo más que la suma de sus partes, Amazing Spider-Man 2 es exactamente la suma de ellas, y algunas de estas no son del todo buenas.
Una película se define por sus villanos, y la villanía ciertamente es una de las deficiencias de la película. Max Dillon es introducido como un perdedor absoluto quien, a pesar de ser teóricamente inteligente, es relegado en su trabajo e ignorado por todos a su alrededor, pero cuya existencia se ve alegrada por un encuentro fortuito con nuestro héroe titular. Dillon desarrolla una fascinación – obsesiva pero básicamente inocua – con Spider-Man, que se convierte en odio absoluto una vez que obtiene la habilidad de convertirse en un knockoff de otra película de superhéroes. Como emular a Mark David Chapman no era motivación suficiente, después se le da otra: el de sumir a la ciudad entera de Nueva York en oscuridad absoluta por las tres o cuatro horas en las que otras plantas de energía asuman la carga para que todos sus habitantes sientan lo que es no ser visto o lo que sea. Los mejores villanos son los que nos dicen algo del héroe, y el Electro interpretado por Jaime Foxx no nos dice nada de nadie; a menos que la intención sea la de hacer un comentario metatextual sobre como los fans inmediatamente pasan del amor al odio cuando hay un desarrollo que no les agrada con sus héroes preferidos, en ese caso Electro es brillante y retiro todo lo dicho.
A diferencia de Electro, Harry Osborn es un villano mucho, mucho mejor. El que su padre le de uno de los mejores ejemplos de Buena/Malas noticias que he visto (“Hijo, te heredo billones de dólares. Úsalos para curarte porque te estas muriendo”) funciona para darle dimensión a su personaje, y el que su enemistad con el héroe surja desde lo que su punto de vista es una traición por haberle negado uno de los componentes necesarios para su cura funciona mucho mejor como motivación que la inexistente caracterización del otro villano.
Desafortunadamente, este aspecto es arrastrado por los dos más grandes problemas que han tenido estas dos nuevas cintas del Arácnido: una bizarra dicotomía en la que se tiene que alejar lo más posible de las películas de Sam Raimi mientras que las emula – en más de una ocasión, en sus deficiencias – y los esbozos de lo que solo puede ser un caótico proceso creativo que Webb nunca ha podido sobrellevar. El relatar la caída de Harry Osborn de un querido amigo a un acérrimo enemigo a lo largo de varias cintas sería muy parecido a lo que hizo Reimi, por lo que se tiene que confinar a una sola entrega, y el tratar de hacerlo de esta manera es muy difícil con todos los elementos que se tienen que manejar, por lo que el resultado final se siente muy apresurado y desarticulado; Harry pasa de estar moribundo a inyectarse el suero que le salvará la vida y convertirse en un experto del combo armadura/deslizador que lo convierte en una amenaza existencial a Spider-Man. Incluso para aquellos que recibieron la película de manera positiva, esto es un non-sequitor.
Otro problema que emana de la necesidad de diferenciar esta serie de la anterior es la introducción de la subtrama de los padres de Peter. La película apenas puede manejar la trama que porta y además tiene que recurrir a extensas visitas debajo de la estación del metro de Exposition Lane (gracias, Veronica Mars) para poder explicarla. Aunque basada libremente en eventos mostrados en Amazing Spider-Man Annual #5, el añadir ese tipo de angst al personaje de Spider-Man se me hace un poco ridículo, no sólo porque está tratando de emular la fórmula de Batman, sino porque su propia formula ha aguantado el paso del tiempo con la misma fortaleza. Además, contamina la belleza del origen concebido por Stan Lee y Steve Ditko, añadiéndole una capa de coincidencia tan astronómicamente implausible que recuerda a la vez que el aun-no-Capitán Kirk es exiliado en el mismo planeta en el que está Spock del futuro. No sé porque me vino a la mente esa comparación.
Entonces, si tomamos en cuenta todo esto, sin duda Amazing Spider-Man 2 es una película terrible ¿no? Detengan ese auto volador con unas bien situadas telarañas, True Believers, si un guion deficiente y villanos que no dan el ancho fueran lo único que determina el valor de una película, entonces todas las de Marvel Studios irían derechito al lado de una comedia de Rob Schneider. La fuerza de la cinta radica en Andrew Garfield siendo un, ahem, sorprendente Spider-Man, Emma Stone una maravillosa Gwen y Webb demostrándonos que si bien no tiene un gran manejo de las laberínticas propiedades de un guion de blockbuster, es más que capaz de crear una cálida relación romántica y sabe apreciar las finas cualidades del superheroísmo.