La primer temporada de Flash no solo fue una grata sorpresa sino que nos regaló los momentos más maravillosos de superhéroes en la televisión, superando incluso lo presentado en varias películas de gran presupuesto.
La serie lo tuvo todo: Buenos personajes, drama, comedia, acción superhéroica y superpoderes por montón y la manera tan dramática y emocionante en que terminó el último episodio rayó en la perfección. Obviamente las expectativas estaban hasta el tope cuando la segunda temporada arribó a nuestras pantallas.
El inicio no pudo ser mejor. Ya no solo teníamos vagas referencias a los comics y villanos olvidados en un cajón de DC que aparecían ocasionalmente con algún superpoder para enfrentar a Flash. No, ahora teníamos personajes conocidos, villanos (y a veces hasta héroes) que salían a partirle la cara al velocista escarlata. Teníamos superpoderes más vistosos aún, recreación de portadas icónicas de los comics, escenas de acción aún mejor llevadas y… ¿Me atreveré a decirlo? Que diablos, es spoiler pero no es grave que lo sepan: ¡Tierras paralelas! Así es, personajes de una tierra paralela hacían su aparición.
Todo era miel sobre hojuelas llegando a un clímax absoluto cuando nos presentaron personajes en CGI completamente asombrosos y un villano final temible, imponente y despiadado.
Lamentablemente la curva de rendimiento llegó a su cúspide a mitad de temporada y a partir de ahí todo se vino abajo. Si bien los dramas eran entendibles aun cuando la segunda temporada había comenzado llegó un momento en que ya eran siempre lo mismo. El mismo trauma de Barry Allen quién nunca podía salir adelante con los problemas de su vida sin que llegara alguna de sus tres figuras paternas a darle de coscorrones y obligarlo a levantarse de su letargo. Lo peor era que aunque en cada ocasión salía avante de la situación, el pobre cuate volvía a caer con la misma piedra o con otra muy parecida. Francamente llegó un punto en el que uno como espectador decía “Ya wey ya párale a tu drama”.
Mientras esto ocurría capítulo a capítulo, el misterio de la temporada (la identidad del nuevo villano) nos mantenía interesados en la misma hasta que, oh sorpresa, la revelación resulta completamente inesperada. Pero no se confundan, la resolución del misterio fue tan pero tan inesperado que más que sorprendente fue ridículo. Simplemente no tenía sentido. De ahí en adelante todo fue en caída libre. No sé si de plano no sabían cómo resolver la gran incógnita al grado de que lo fueron inventando todo sobre la marcha o qué. Tanto así que aunque intentaron resarcir el daño ya era demasiado tarde y ni un ejército de meta-humanos pudo salvar el final de la temporada que dicho sea de paso tuvo un clímax simplemente mediano pero al menos no terrible.
El cierre venía siendo decente hasta que en el mero final se les ocurre meter un giro que aunque se podía esperar por parte de nuestro querido corredor escarlata nos deja con la misma idea que se venía acarreando desde mitad de la temporada (o incluso más): Barry simplemente no puede superar sus problemas traicionando así todas sus lecciones aprendidas (ahora vemos que solo pasó de panzazo por obra y gracia del Señor) y dejando todo preparado para la tercer temporada que por lo visto al final del último capítulo nos deja muy claro de qué va a tratar (a los conocedores al menos), algo que realmente no queríamos ni necesitábamos ver.
Así pues, esta segunda temporada nos llevó “Del gozo al pozo” mostrándonos algo glorioso que con el paso de los episodios fue de lo tedioso, desesperante hasta lo decepcionante.
Calificación para la segunda temporada: 2.5 de 5 rayitos en mi botesómetro. Lo siento, el final de cualquier temporada de una serie o de una película es sumamente importante para mi y si resulta ser espantoso pues…me quebró el corazón. Solo el tiempo dirá si termina de romperse o se cura mágicamente con una cinta Scotch.
My two cents.
#BotePower

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